The truth is that it’s been tough to feel motivated lately. I’ve found myself pulling back in my ways, especially from social media, because the noise has just gotten too loud. Everyone seems to have an opinion about what it means to be Catholic and where our focus should be, and honestly, some of it has made me feel more frustrated than inspired.
Stepping back has helped me clear my head and remember that my call to follow Jesus isn’t about keeping up with someone else’s version of Catholicism; it’s about staying true to what I believe and how I’m called to live that out. That’s going to look different for each of us, and that’s okay.
In the Gospel this week, Jesus asks Peter, “Do you love me?” And after each “Yes,” He tells him, “Feed my sheep.” It’s simple: If we love Him, we keep going. We show up. We take care of others. We share love in the way that’s most reflective of who we are.
But that doesn’t mean it’s easy. This week’s first reading reminds us how the early followers of Jesus were mistreated for speaking His name; however, they continued to rejoice. That kind of joy and courage can be hard to relate to, but it’s also motivating. They didn’t give up. They stayed focused on their mission, even when it came with pushback.
Some people spread love through Adoration or daily rosaries. Others do so through listening, being present, or using their voice in a way that encourages and uplifts. There’s no one right way. What matters is that we don’t check out—even when it’s messy or hard; we find our way of spreading God’s love, and we stay grounded in that.
If you’ve felt discouraged lately, I get it. But maybe this is your reminder that even small, quiet efforts matter. Keep going. Keep loving. And do it in a way that feels real to you.
La verdad es que últimamente me ha costado sentirme motivado. Me he encontrado retractándome de mis costumbres, sobre todo de las redes sociales, porque el ruido se ha vuelto demasiado fuerte. Todo el mundo parece tener una opinión sobre lo que significa ser católico y dónde debemos centrarnos, y, sinceramente, algunas de estas opiniones me han frustrado más que inspirado.
Dar un paso atrás me ha ayudado a despejar la mente y recordar que mi llamado a seguir a Jesús no se trata de seguir la versión del catolicismo de otra persona; se trata de ser fiel a lo que creo y a cómo estoy llamado a vivirlo. Esto será diferente para cada uno de nosotros, y no hay problema.
En el Evangelio de esta semana, Jesús le pregunta a Pedro: “¿Me amas?”. Y tras cada “Sí”, le dice: “Apacienta mis ovejas”. Es sencillo: si lo amamos, seguimos adelante. Nos hacemos presentes. Cuidamos de los demás. Compartimos amor de la manera que mejor refleja quiénes somos.
Pero eso no significa que sea fácil. La primera lectura de esta semana nos recuerda cómo los primeros seguidores de Jesús fueron maltratados por mencionar su nombre; sin embargo, siguieron regocijándose. Esa clase de alegría y valentía puede ser difícil de comprender, pero también es motivadora. No se dieron por vencidos. Se mantuvieron enfocados en su misión, incluso cuando esta les planteó resistencia.
Algunas personas difunden amor mediante la Adoración o el rezo diario del rosario. Otras lo hacen escuchando, estando presentes o usando su voz de una manera que anima y anima. No hay una sola manera correcta. Lo importante es que no nos desconectamos, incluso cuando es complicado o difícil; encontramos nuestra manera de difundir el amor de Dios y nos mantenemos firmes en ella.
Si últimamente te has sentido desanimado, lo entiendo. Pero quizás este sea tu recordatorio de que incluso los esfuerzos pequeños y discretos importan. Sigue adelante. Sigue amando. Y hazlo de una manera que te resulte real.